viernes, 17 de septiembre de 2010

¿Qué les queda a los jóvenes?

En Colombia, parece que le queda poco por hacer a los jóvenes. Morir o morir esa es la opción. Hace días asistimos por los medios masivos de comunicación al espectáculo cruento de la guerra, esta vez en su versión urbana.

El escenario es Medellín y su Comuna Trece, Cali y sus alrededores, Bogotá y sus localidades, Pereira o Dosquebradas, o cualquier parte del territorio nacional. Sin embargo, todas estas ciudades tienen como sus principales protagonistas: los jóvenes. No importa si son de doce o trece años, si tienen o no sueños, si comen o no comen, si estudian o no, lo significativo es que son como tantos otros, maleantes, tendenciosamente peligrosos si están mas arriba y alrededor de la urbe, mas lejos de la opulencia, más cerca de la pobreza, delincuentes, criminales, así se les suele llamar.

La lección para enseñar la paz es muy básica, infestar de unos cuantos hombres las calles, camuflarse, esperar a que aparezcan, rodear, perseguir, disparar. Cuando ya todo está consumado en una nueva página de la visita del Estado, las crónicas, los diarios aparecen para comprobar que la lección está aprendida y que el curso de paz ha cobrado un par de vidas, arrebatando otras tantas para la cárcel. Lo que es consecuencia es causa y con ello todo se justifica.

Se dice que el problema de las ciudades es la deficiencia de la justicia, la falta de seguridad, la movilidad, la falta de espacios para el transeúnte, etc. No se dice que la falta de agua, vivienda, trabajo, salud, educación es quizás unos de los mayores detonantes del descontento social y que la falta de oportunidades es de los problemas más acuciantes de la gran masa que circunda las grandes, medianas y pequeñas ciudades de Colombia. Sinónimos son justicia y balas en la actual política de seguridad democrática.

Sin embargo, el gobierno nacional llama a la “unidad nacional” en medio del desangre de la joven población que muere todos los días a causa de la guerra no declarada del Estado que se libra en las comunas, calles y barrios de nuestro país. No se habla de la necesidad de reconocer efectivamente los derechos de los jóvenes, del derecho a la salud, a la educación, al trabajo digno, a la vivienda, entre otros, por una sencilla razón, porque el sentido de ser joven hoy para la política del gobierno tiene una sola justificación: la criminalización.

No podemos negar que los jóvenes hemos quedado en la encrucijada de la guerra, económica, política y social. No existe punto medio, todos de alguna manera tienen que sobrevivir, rebuscársela, lucharla. Presos en la injusticia, en la desigualdad, llegan las propuestas y las tentaciones de la opulencia, de no tener nada y desearlo todo a la vez.

Inician haciendo mandados, “vueltas”, trabajitos de prueba y cuando el curso está aprobado ya pueden manejar los negocios de los “duros”. Como la vida de los duros, dura poco, ellos asumen en medio de la rivalidad de los aprendices la rápida carrera de administración del negocio y con ello el poder por sucesión de la barriada, de la muchachada que solo sabe disparar, conducir a altas velocidades, contar billetes y hablar duro. Así se la pasan, en ese trabajo informal, de la tanta informalidad que es esta economía real y subterránea, como tantos otros “torcidos” que hacen miles de colombianos para sobrevivir dentro y fuera del país. No obstante, su trabajo es matando y también muriendo, como diría Galeano, porque a ellos que no tienen nada les toca defender lo logrado en la larga carrera que aprendieron en la escuela de la violencia.

En esta dura carrera son pocos los que llegan a los treinta y cuando llegan son pocos los que se quedan o viven para contarlo, porque la deudas en este arduo trabajo se pagan y se sigue pagando en el eterno retorno del círculo violento que se ha desatado a raíz de la profunda desigualdad social, económica y política de nuestro país. A los jóvenes de este país no se les puede seguir dando el trato del popular adagio “al que yerro mata a yerro muere”.

Ad portas de celebrarse el natalicio del poeta uruguayo Mario Benedetti, queremos invocar su reflexión a propósito del tema: Que les queda por probar a los jóvenes en este mundo de paciencia y asco? Solo grafiti? rock? escepticismo? también les queda no decir amén/ no dejar que les maten el amor / recuperar el habla y la utopía ser jóvenes sin prisa y con memoria situarse en una historia que es la suya no convertirse en viejos prematuros.


William Monsalve.
Septiembre 17 de 2010

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